Competencia: Construye interpretaciones históricas.
Tema: La Guerra de los Siete Años
La paz de Aquisgrán no estableció ni el orden ni el equilibrio en Europa,
pues continuaron las rivalidades tanto económicas como las originadas por las
colonias que tan profundamente existían entre Inglaterra por una parte y
Francia y España por la otra; tampoco se había solucionado la cuestión de
Silesia, que Austria continuaba reclamando, ni la de Cerdeña que quería
anexionarse Génova. En Suecia continuaban debatiéndose las influencias rusa y
francesa y entre Rusia y Prusia aún no se habían solucionado completamente la
cuestión de Polonia. Lo único que había logrado la paz de Aquisgrán había sido
poner término a las hostilidades y lograr un acercamiento entre Francia e
Inglaterra, cosa que era deseada por Francia mas no con la misma intensidad por
Inglaterra, que seguía una política individualista y acogió con desgana la paz.
En realidad, en Europa que siguió a la paz de Aquisgrán, no cesaba de
notarse en estado latente una crecida hostilidad que impedía la vuelta a un
entendimiento sincero entre las potencias y que tendía inevitablemente hacia
una nueva guerra general. Los siete años que separaron a la paz de Aquisgrán
(1748) del desencadenamiento de la guerra de los Siete Años (1756) fueron para
que todas las grandes potencias se lanzaran a una verdadera carrera de
armamentos; aumentaban los pertrechos militares y se multiplicaban los recursos
ofensivos y defensivos, de manera que las naciones parecían constantemente en
pie de guerra y en un estado de violencia de todos contra todos. Especialmente
en Austria la ansiedad era muy intensa porque la emperatriz María Teresa
renunciando a la hegemonía de los Habsburgo, concibió una política que había de
agrupar en sólida alianza a Francia, Rusia y Austria, siendo esta última
potencia la que ejercería una indiscutible soberanía. María Teresa a fin de
procurarse los medios necesarios para el sostenimiento de esta hegemonía
emprendió una completa reorganización militar e introdujo en sus estados un
impuesto sobre la renta, que pesaba sobre todas las clases sociales.
En Francia Luis XV se negaba a firmar esta triple alianza continental sobre la que tanto María Teresa de Austria a como Isabel de Rusia proyectaban un nuevo equilibrio europeo, pero con predominio de sus estados; en cambio, Francia se proponía mantener la paz y su posición predominante en Europa. Secretamente la nación preparaba una liga entre Sajonia y Polonia con Suecia y Turquía a la que en seguida procuraron asociar a Prusia, a fin de impedir la expansión austriaca. Pero, en este sistema planeado por Luis XV tan solo Prusia significaba una potencia poderosa, pues los demás estados política y militarmente eran decadentes. El proyecto de Luis XV debía chocar también con la política personal de Jorge II, que a pesar de haber firmado la paz de Aquisgrán no renunciaba a sus ambiciones dinásticas y tal vez un nuevo conflicto le daría la posibilidad de imponerse como árbitro en el continente. El plan que concibió hacía caer todo el peso de la guerra sobre Austria, lo que motivó que María Teresa pusiera fin a la amistad anglo-austriaca. Por otro lado, el plan de Jorge II equivalía a la financiación de Inglaterra cosa a la que se opuso el parlamento y el gobierno inglés, que se volvió hacia Isabel de Rusia, con la que firmaron un tratado por el que esta potencia ponía a disposición de Inglaterra 55 000 hombres si se veía arrastrada a una guerra continental, y a cambio Inglaterra pagaba 5000 000 libras y un subsidio anual de otras 100 000.
A partir de aquel momento las relaciones entre Inglaterra y Francia se
hacían cada vez más tirantes y tanto en el Continente como en las colonias
inglesas de América había una opinión favorable a la guerra, y por ello se
reanudó bruscamente entre las colonias de América y el Canadá.
Ante este hecho, Luis XV, que quería permanecer en su política de paz,
insistió en negociar la solución, pero su gesto, que fue interpretado como una
prueba de debilidad francesa, incitó los ánimos a la guerra, y ya meses más
tarde los ingleses daban la orden de apresar a todo buque francés, sistema por
el que fueron capturados más de 300 barcos, y como el último ultimátum enviado
por Luis XV a Inglaterra en señal de protesta fuera rechazado, se declaró el
estado de guerra (1755). Prusia, para evitar quedar aprisionada entre
Inglaterra por una parte y Austria y Rusia por otra, procuró reforzar sus lazos
con Luis XV. Sin embargo, no se negó a entrar en negociaciones con Inglaterra,
preparándose para un cambio de alianzas (Tratado de Whitehall, 1756). Las
consecuencias diplomáticas de este acuerdo fueron fatales para Francia, puesto
que el resto de sus aliados no podían ayudarle. En tal situación no le quedaba
más solución que aceptar la ayuda de Austria, con la cual selló en mayo de 1756
(Tratado de Versalles) una alianza por la que ambas monarquías se garantizaban
la integridad de sus territorios. Poco después Rusia, considerando
improcedentes la actuación de Prusia se adhirió a Francia y Austria para garantizar
el equilibrio de Europa. A la alianza franco-austro – ruso se añadían los
Borbones de España y Sicilia y además Polonia.
Inglaterra, ayudando monetariamente a Prusia, conseguía que esta nación
poseyera los ejércitos más poderosos de Europa, pues el objetivo de Inglaterra
era hacer a Prusia la encargada de agotar a Francia en el continente mientras
que ella se proponía conquistar las colonias francesas.
Así estaban las cosas en 1756. La guerra a pesar de la intensa tensión
reinante, no estaba declarada y fue la acción agresora de Prusia lo que inició
las hostilidades. En agosto de 1756 Federico II, sin previa declaración de
guerra, invadió Sajonia, y, ocupado Dresde, obligó al ejército sajón a
capitular e incorporar a sus soldados a los ejércitos prusianos, con lo cual violaba
todas las normas de combate que prevalecían en Europa desde el Renacimiento.
En 1757 invadió Bohemia y amenazó la propia capital, pero ya empezaba a
ponerse en juego la alianza austro-ruso-francesa que en seguida paró los pies
al monarca de Prusia, quien derrotado en Kollin, hubo de resistir la embestida
de los aliados en Hannover, Prusia Oriental y Silesia, y solo la ayuda inglesa
pudo salvarle del inminente desastre. A pesar de todo, la situación de Prusia
continuaba siendo de suma gravedad, pues aunque Francia no parecía tener un
manifiesto interés por la lucha, Rusia y Austria estaban en amenazadora
actitud; en agosto de 1759 Federico II experimentó la hiel de la derrota en
Kunersdoy que redujo sus actividades adefender sus devastados territorios.
En realidad comenzaban dos guerras distintas; una por la hegemonía
continental europea, y otra por el dominio de los mares, que a toda costa
Inglaterra quería poseer. Por eso Francia se vio obligada a sostener una doble
lucha en el mar y en el continente. La guerra de los Siete Años presentó un
carácter diferente a las contiendas anteriores. Francia ya no luchaba por su
hegemonía absoluta, sino por la conjunta de las casas de Borbón y Habsburgo; la
derrota de Inglaterra significaría la victoria contra el parlamentarismo, el
triunfo de la autoridad dinástica y de la monarquía de derecho divino. En un
principio el esfuerzo de Francia fue enorme, pero tras los éxitos de su flota
en el Mediterráneo se apartó de la lucha naval para aplicarse a reducir la
influencia inglesa en el continente.
En 1758 el abate Bernis se dio cuenta del desgaste que para Francia suponía
el concentrar todas sus fuerzas en el continente y de que la verdadera guerra
para su nación era la marítima. A pesar de ello la suerte ya estaba echada
desde que la escuadra francesa fue destruida en Quiberón.
En el Canadá también eran aplastados por la superioridad de los
adversarios, lo mismo que ocurría en la India. Era preciso capitular. El duque
de Choiseul quiso llegar a una paz ventajosa, aprovechando la difícil situación
de Federico II; pero ni Austria ni Rusia se mostraron conformes con sus
decisiones. Entonces Choiseul logró que España entrara en la contienda (Tercer
Pacto de Familia, 1761), triste decisión de Carlos III, que sirvió para perder
la Florida, La Habana y Manila.
El arreglo se exigía con premura. Quedaba Prusia que luchaba desesperadamente para defender sus fronteras. Dos hechos acaecidos en breve intervalo de tiempo vinieron a deshacer el viejo tinglado de las alianzas y salvar finalmente a Federico II. En 1760 moría Jorge II y el advenimiento de su nieto Jorge III y la caída de Guillermo Pit, significó el fin de la ayuda inglesa a Prusia. Pero este hecho fue compensado por la muerte de la zarina Isabel (1762) y el advenimiento de Pedro III partidario de Prusia, lo que trastocó las alianzas y salvó a Federico II en vísperas de sucumbir.
Federico II |
La deserción de Rusia fue definitiva. Inmediatamente Francia firmaba con Inglaterra
los tratados de Fontainebleau (1762) y los de París y Hubertburgo (1763) que ponían
fin a las guerras de Francia y Austria contra Prusia.
De esta manera, la guerra no había obtenido los fines propuestos y, en
último extremo, era Francia quien salía más perjudicada. Por el contrario,
Inglaterra saldría gananciosa sin haber expuesto por su parte gran cosa.
El equilibrio europeo, pretendido por Inglaterra, se había conseguido
gracias a los vaivenes y circunstancias arriba apuntados, aunque los signos no
fueran los mismos.
El tratado de Paris confirmó el hundimiento del imperio colonial francés:
En América, Francia cedía a Inglaterra el Canadá, todos los territorios
situados a la izquierda del Mississippi y una parte de las Antillas; en la
India renunciaba a todas sus posesiones, excepto Pondicherry, Chandernagor,
Karikal, Yanaón y Mahe; en África perdía las factorías de Senegal; además cedía
la Luisiana a España. Tan solo le quedaban las Antillas de lo que fue su magnífico
imperio.
Prusia continuó con la posesión de Silesia y se ratificó como gran potencia
europea. La ruptura de Francia con Inglaterra le conducía a un desastre total.
Inglaterra adquiría el dominio indiscutible de los mares y un nuevo orden se
traslucía en el mundo: el dominio británico.
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