Wednesday, March 30, 2022

Ciencias Sociales 3 - Sesión 1

 

Competencia: Construye interpretaciones históricas.

Tema: La monarquía hispánica, los Reyes Católicos.

La segunda mitad del siglo XV se caracteriza en España por la existencia de disgregadoras luchas, así en el aspecto social como en el político. En Cataluña se había acogido con desgana la política expansiva de Alfonso V, que no había solucionado el grave problema de los “payeses de remensa” en el campo ni el de las clases bajas de las ciudades. El fuego ya había empezado a arder y el sucesor de Alfonso V, Juan II, no bastó para apagar aquella acción catalana que correspondía a un ejercicio de la soberanía nacional poco común en el siglo XV. Por fin el pueblo hubo de rendirse al ejército real, pero salió de la lucha bastante perjudicado y arruinada su prosperidad por varias generaciones.

También en Castilla la nobleza andaba por la senda de la abierta rebeldía. Se acusaba al rey de no ser legítima su hija, Juana la Beltraneja, y su país durante tres años fue presa de luchas que lograron, remedando el ejemplo de los catalanes, destituir al monarca en Ávila (1465) y proclamar rey a su hermanastro don Alfonso.

Tal era el poco halagüeño panorama peninsular cuando tuvo lugar la institución de la monarquía peninsular cuando tuvo lugar la institución de la monarquía mancomunada de los Reyes Católicos: don Fernando de Aragón y doña Isabel de Castilla.



Isabel había nacido en 1451 en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), y los primeros años de su vida transcurrieron tristes en Arévalo al lado de su madre. Pronto el monarca reinante, Enrique IV, su hermano, la trajo, junto con su hermano menor Alfonso, a la corte de Segovia, donde iba a ser una importante pieza en el juego de la política. El ambiente de la corte de Enrique IV, que se hacía famosa por la depravación de costumbres tanto del rey como de su esposa, ahogaban a Isabel y fueron el principal motivo de que se formara su recia voluntad, su carácter austero y tenaz, y el que viera como una liberación la proclamación de don Alfonso como rey de Castilla. La entrada del pretendiente a la corona de Segovia (1465) fue para Isabel augurio de prometedoras esperanzas, pero por mala fortuna en 1467 moría don Alfonso. A partir de entonces, todo el partido enemigo de la Beltraneja, de la que decían no era hija de Enrique IV, apoyó la proclamación de Isabel como reina, primer hecho que puso de manifiesto la prudencia y tacto de Isabel que, desde el convento de Santa Ana, en Ávila, se negó, pero invocando la herencia de Castilla. El rey hubo de aceptar los hechos consumados y concertó con su hermana el Tratado de los Toros de Guisando (1466) por el que se reconocía a Isabel como heredera de Castilla. Se estipulaba que no se le impondría un matrimonio en contra de su voluntad y que, a su vez, éste tampoco podría efectuarse sin el consentimiento de su hermano. Por este lado surgió el primer problema, porque Enrique IV trabajaba en pro de una doble boda: la de Isabel con Alfonso V de Portugal y la de Juan, príncipe portugués, con la Beltraneja, mientras que, por otro lado, los adictos a Isabel concertaban su boda con el príncipe heredero de Aragón, Fernando. Isabel dudaba por qué partido inclinarse, cuando, enterada de que Luis XI enviaba una embajada con el intento de casarla con el duque de Guyena, se decidió por el aragonés. Fernando entonces partió para Castilla disfrazado de mozo de mulas, al tiempo que Isabel marchaba a Valladolid. El 19 de octubre de 1469 los dos jóvenes celebraron matrimonio secreto, y a pesar de que Enrique IV montara en cólera y volviera a nombrar heredera a Juana la Beltraneja, eran ya muy pocos sus partidarios. En 1474 Isabel era aclamada en Segovia, hecho que provocó una enojosa polémica con su esposo Fernando de Aragón (1452-1516).

Fernando era hijo de Juan II de Aragón y de Juana Enríquez. Su infancia fue muy accidentada, pues había sido llevado por su madre a Barcelona para obtener el juramento de fidelidad de los catalanes cuando estalló la gran rebelión en el principado. Se formó en la lucha, apuesto, inteligente y valeroso, siendo la diplomacia y la astucia cualidades relevantes en él. Todos los castellanos partidarios de Isabel tenían puestas en él sus esperanzas y por ello inmediatamente después de su secreto matrimonio con Isabel intentó formar un partido en Castilla, pues toda la simpatía del pueblo estaba a su favor. Cuando murió Enrique IV en 1474 Fernando se encontraba en Aragón tratando de obtener de las Cortes apoyo económico para su causa, y allí tuvo la noticia de que Isabel había sido aclamada en Segovia. Rápidamente se dirigió a Castilla, pues exigía ser tenido como propietario de la corona, ya que era el pariente varón más próximo del difunto Enrique IV. Fue una época peligrosa en la que el matrimonio estuvo a punto de disolverse hasta que tuvo lugar la concordia de Segovia (1475), de la que sus cláusulas más importantes se referían a la administración de la justicia, mancomunada cuando estuviesen juntos e independientemente cuando separados; por tanto, quedaba estipulada la igualdad de derechos para ambos cónyuges.

La obra de los dos monarcas abarcó multiplicidad de aspectos y en todos ellos fue ingente, pues a la par que los resonantes triunfos en América y en Italia, destaca su labor en pro de la reforma estatal que, en sus líneas maestras, quedó instituida para más de dos siglos.

Para lograr el equilibrio y la paz interiores los Reyes Católicos respetaron las características políticas de los distintos reinos, que integraban su corona pues la unificación absoluta no tuvo lugar más que en el ápice del gobierno, pero la influencia de una corte unida se hizo sentir tanto en la política internacional y religiosa de España, como en muchos aspectos de la vida de los reinos unidos bajo su mando. En cada reino la centralización se llevó a cabo mediante la creación de Consejos adecuados, que actuaron sobre todo velando por el cumplimiento de la justicia, la pureza de la religión, el respeto a la ley y el incremento mercantil y económico del país.

En Castilla Isabel procedió a una serie de obras nuevas: se incorporaron a la corona las órdenes militares; se abrieron muchos privilegios y mercedes; se creó el Consejo de Castilla y un ejército permanente. Sin embargo, las reformas alcanzaron principalmente a la Iglesia ya que Isabel, que veía en ella un instrumento de mando quería tenerla bajo sus manos y por ello obtuvo del papa Sixto IV la autorización para el restablecimiento de la Inquisición, que alcanzó fuerza extraordinaria cuando fue designado inquisidor general fray Tomás de Torquemada, que emprendió una violenta campaña contra los judíos, que culminó en 1492 en que se dictó una orden de expulsión contra los hebreos. La reina trabajó intensamente para la conversión al catolicismo de todos los musulmanes que aún residían en la península, y para ello encontró un ardiente colaborador: el fraile franciscano Francisco Jiménez de Cisneros, que fue nombrado arzobispo de Toledo y que se encargó personalmente de la conversión; pero su celo fue tan excesivo que colmó el descontento por doquier, y el resultado final fue una tremenda insurrección de los musulmanes de las Apujarras. La guerra duró un año y la capitulación que se les otorgó les colocaba en la disyuntiva de convertirse o abandonar Castilla, medida que un año más tarde se extendió a todos los mudéjares que vivían en el reino.

La empresa que más absorbió los desvelos de Fernando fue la conquista de Granada, anhelo que iba retrasándose año tras año, y que culminó brillante y favorablemente en 1492 (el mismo año del descubrimiento de América) en que hubieron de rendirse los moros más exaltados, refugiados en la ciudad de Granada, acuciados por el estrecho cerco que se les tendía.

En Cataluña Fernando zanjó la difícil situación de los “payeses de remensa” que habían causado una tremenda guerra civil. En 1486 dictó la sentencia de Guadalupe declarando abolidos los malos usos y libres los remensas a cambio de ciertas compensaciones económicas.

El monarca aragonés inauguró en España una política moderna, lanzándose a grandes empresas internacionales y utilizando a sus hijos como medio para asentar lazos matrimoniales con las familias más poderosas de Europa, preparando a España para el destino histórico que había de ocupar en los tiempos de Carlos I y Felipe II.

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