Tema: Los visigodos en Hispania
Competencia: Construye interpretaciones históricas
Fuente: Historia Universal de editorial Océano.
La presencia de los visigodos en Occidente data
de los primeros años del siglo V. Instalado en el sur de la Galia, en virtud de
un foedus con Roma, este pueblo parecía destinado a asentarse firmemente en
esta región del Imperio Romano, interviniendo solo de manera esporádica en la
Península Ibérica, bien para eliminar a los primeros invasores (alanos,
vándalos silingos), bien para frenar el afán expansionista de los suevos.
Únicamente a partir del último tercio del siglo V y ante el derrumbamiento del
poder de Roma, el monarca Eurico concibió el proyecto de crear un reino que
incluyera, además del sur de la Galia, Hispania, por lo que envió a este país
contingentes militares que aseguran el dominio visigodo.
Al comenzar el siglo VI, la expansión de los
francos provoco la derrota visigoda de Vouillé, que supuso la pérdida de su
poder en la Galia e impulsó a la mayoría del pueblo a atravesar los Pirineos e
instalarse en la Península Ibérica. La oportunidad intervención de Teodorico el
Grande permitió salvar la región de la Septimania (con capital en Narbona) y
garantizo el establecimiento visigodo al enviar en su ayuda tropas y jefes
ostrogodos.
La afirmación del asentamiento
visigodo
La presencia de los visigodos en Hispania iba a
durar dos siglos (periodo que se conoce con el nombre de “reino de Toledo” por
contraposición a la etapa de asentamiento en la Galia, a la que se califica
como “reino de Tolosa”. A su vez, el reino de Toledo se ha dividido en dos
sub-periodos (monarquía arriana y monarquía católica) en función de la religión
oficial existente.
El
arrianismo es una doctrina cristiana del siglo III que rechaza el dogma de la
Trinidad y que fue popular en algunas zonas de Europa durante el primer
milenio después de Cristo. Afirma que Jesucristo fue creado por Dios Padre y
está subordinado a él. |
En el periodo arriano el primer gran problema
lo suscitó el control territorial de la península. Los visigodos no tuvieron
dificultades para instalarse en Hispania y asegurarse su control, pero existían
zonas que no estaban bajo su soberanía: los suevos subsistían como reino
independiente en Galicia, los pueblos del norte (vascones, cántabros y astures)
se negaban a aceptar la dominación visigoda, y en el sur, desde mediados del
siglo VI, se instalaron los bizantinos aprovechando la guerra civil entre dos
candidatos al trono. Leovigildo, el último rey arriano, realizó el mayor
esfuerzo para resolver este problema: conquistó e incorporó el reino de los
suevos, dirigió diversas compañas contra los pueblos del norte (vascones) e
inició la recuperación del territorio en manos bizantinas, con la conquista de
las plazas de Córdoba y Málaga; sin embargo, la expulsión de los bizantinos de
Hispania solo se consiguió en el reinado de Suintila, ya en el periodo
siguiente.
Un segundo problema, tal vez más importante que
el anterior, lo constituyó la falta de cohesión entre hispanorromanos y
visigodos. Esta desconexión se manifestaba en la existencia de religiones,
legislaciones y formas de vida distintas en cada comunidad, y, sobre todo, en
el predominio de lo germánico sobre lo autóctono. También fue Leovigildo quien
dio los primeros pasos para romper esta situación y así derogó la prohibición
de matrimonios mixtos e intentó conseguir la unidad religiosa en torno al
arrianismo, fracasando en su proyecto. Su hijo y sucesor, Recaredo, logró este
objetivo al invertir el proceso y convertirse al catolicismo, con buna parte de
la nobleza, en el III concilio de Toledo. Posteriormente, Recesvinto promulgó un
c`´odigo – que lleva su nombre – y que ten´`ia vigencia para todos los
habitantes de la península, con lo que desaparecía la discriminación
legislativa. Por último, las diferencias en las formas de vida fueron
atenuándose con el transcurso del tiempo, produciéndose un acercamiento
paulatino entre ambas civilizaciones, hasta el punto de que las fuentes
históricas dejaron de hablar de gothi y romani para utilizar solo el término
hispani.
El debilitamiento del dominio
visigodo
Cuando estos problemas estaban solucionados – o
en vías de solución -, comenzaron a plantearse o a agudizarse otros. En primer
lugar, hay que hablar de una desconexión entre la masa popular y la élite
dirigente. En Hispania existía un número considerable de esclavos; además, una
buena parte de los hombres libres vivía en una situación parecida a la de la
servidumbre, porque la flata de seguridad y la precariedad de los medios de
subsistencia les obligaba a colocarse al servicio y bajo la protección de los
poderosos (“prefeudalismo”). De esta forma, existía una minoría – formada por
la nobleza y la Iglesia – que vivía a costa de explotar a la mayoría de la
población. No es de extrañar, pues, que, cuando se produjo la invasión
islámica, esta masa popular se mostrara indiferente ante la suerte de la
monarquía visigoda.
En segundo lugar, hay que referirse a la
pérdida de las cualidades militares de los visigodos, que, desde el momento en que
se fusionaron con la población hispana, se dispersaron por la península, con lo
que era fácil que los hombres no acudieran a las convocatorias militares; a
ello hay que unir que la falta de actividad bélica desde la expulsión de los
bizantinos supuso un relajamiento de las prácticas militares. A fines del siglo
VIII, el rey Wamba promulgó una ley que castigaba severamente a quienes no
acudieran a los llamamientos militares, norma que no parece surtiera efectos.
El problema pudo soslayarse por el sistema prefeudal, pues cada noble se encargaba
de reclutar a su tropa, pero la eficacia y operatividad del ejército dependía
de la fidelidad de los jefes respecto al rey. Y, de hecho, la derrota del
último rey visigodo frente a los invasores islamitas fue el resultado de la
traición de un sector de la nobleza.
Wamba.
Fue el último rey que dio esplendor a los visigodos. Con su muerte comenzó la
decadencia. Su reinado no fue fácil, pues lo pasó casi enteramente sofocando
las luchas internas de la nobleza contra la monarquía, los nobles entre sí,
los católicos contra los arrianos y la población hispanorromana contra los
visigodos. Además tuvo que sofocar sucesivas rebeliones de astures y
vascones4 y en el 672 hubo de enfrentarse a un nuevo y desconocido peligro:
la invasión de norteafricanos o árabes, que intentaron pasar a la Península
por Algeciras, intento que fue rechazado por visigodos e hispanorromanos. |
En tercer lugar, se produjeron nuevas tensiones
religiosas, esta vez entre los católicos y la minoría hebrea existente en
España. Los judíos constituían un grupo pequeño, pero de enorme importancia
económica al ser los animadores del comercio de la época. Durante la etapa
final de la monarquía visigoda (reinados de Egica y Ervigio), se adoptaron diversas
medidas para obligarles a convertirse al catolicismo. Con ello, el Estado, al
tiempo que debilitaba su economía, se ganaba la animadversión de este sector de
población que apoyó incondicionalmente a los musulmanes.
El fracaso ante los musulmanes
Por último – y, tal vez el problema más
importante – está la existencia de guerras civiles y luchas palatinas entre la
clase dirigente visigoda. La monarquía era electiva, pero en la práctica cada
monarca trataba de asegurar el trono a sus descendientes, asociándoles a las
tareas de gobierno. Se produce así, a lo largo de toda la historia visigoda,
una pugna continua entre el sistema electivo y el hereditario, que dio lugar a
asesinatos de monarcas, eliminación de nobles disidentes y guerras civiles.
Los intentos de algunos reyes por incorporar a
los nobles a las tareas de gobierno a través de instituciones como el Senatus o
el Aula Regia, y las intervenciones de la Iglesia para sacaralizar la figura del
monarca, no fueron suficientes para frenar las conspiraciones, que cobraron
especial virulencia en las últimas décadas del siglo VII, cuando los elementos
nobiliarios se agruparon en dos facciones. El enfrentamiento llegó a su apogeo
tras la muerte de Vitiza, cuando un sector opuesto eligió como rey al duque de
la Bética, Rodrigo, postergando la candidatura del hijo del anterior monarca,
Akila. Los derrotados, lejos de aceptar la elección, prefirieron pedir ayuda a
los musulmanes – instalados en el norte de África – para destronar a Rodrigo.
Éste, que a la sazón estaba en el norte, luchando contra los vascones, marchó
hacia el sur para hacer frente a los invasores e, ignorante de la traición,
entregó el mando de las alas de su ejército a los hijos de Vitiza, quienes,
iniciado el combate, abandonaron a su rey que fue derrotado y, tal vez, muerto
en la batalla de Guadalete (711).
Con esta victoria, los musulmanes liquidaron no
solo al “partido rodriguista” sino también la dominación visigoda en España,
pues, desentendiéndose del acuerdo con los vitizanos, iniciaron la conquista de
toda la península, que en breve tiempo quedó, en su práctica totalidad, bajo el
control de los invasores.
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