Tuesday, April 26, 2022

Ciencias Sociales 2 - Sem 3

 

Tema: Los visigodos en Hispania

Competencia: Construye interpretaciones históricas

Fuente: Historia Universal de editorial Océano. 

La presencia de los visigodos en Occidente data de los primeros años del siglo V. Instalado en el sur de la Galia, en virtud de un foedus con Roma, este pueblo parecía destinado a asentarse firmemente en esta región del Imperio Romano, interviniendo solo de manera esporádica en la Península Ibérica, bien para eliminar a los primeros invasores (alanos, vándalos silingos), bien para frenar el afán expansionista de los suevos. Únicamente a partir del último tercio del siglo V y ante el derrumbamiento del poder de Roma, el monarca Eurico concibió el proyecto de crear un reino que incluyera, además del sur de la Galia, Hispania, por lo que envió a este país contingentes militares que aseguran el dominio visigodo.

Al comenzar el siglo VI, la expansión de los francos provoco la derrota visigoda de Vouillé, que supuso la pérdida de su poder en la Galia e impulsó a la mayoría del pueblo a atravesar los Pirineos e instalarse en la Península Ibérica. La oportunidad intervención de Teodorico el Grande permitió salvar la región de la Septimania (con capital en Narbona) y garantizo el establecimiento visigodo al enviar en su ayuda tropas y jefes ostrogodos.

La afirmación del asentamiento visigodo

La presencia de los visigodos en Hispania iba a durar dos siglos (periodo que se conoce con el nombre de “reino de Toledo” por contraposición a la etapa de asentamiento en la Galia, a la que se califica como “reino de Tolosa”. A su vez, el reino de Toledo se ha dividido en dos sub-periodos (monarquía arriana y monarquía católica) en función de la religión oficial existente.

El arrianismo es una doctrina cristiana del siglo III que rechaza el dogma de la Trinidad y que fue popular en algunas zonas de Europa durante el primer milenio después de Cristo. Afirma que Jesucristo fue creado por Dios Padre y está subordinado a él.

 

En el periodo arriano el primer gran problema lo suscitó el control territorial de la península. Los visigodos no tuvieron dificultades para instalarse en Hispania y asegurarse su control, pero existían zonas que no estaban bajo su soberanía: los suevos subsistían como reino independiente en Galicia, los pueblos del norte (vascones, cántabros y astures) se negaban a aceptar la dominación visigoda, y en el sur, desde mediados del siglo VI, se instalaron los bizantinos aprovechando la guerra civil entre dos candidatos al trono. Leovigildo, el último rey arriano, realizó el mayor esfuerzo para resolver este problema: conquistó e incorporó el reino de los suevos, dirigió diversas compañas contra los pueblos del norte (vascones) e inició la recuperación del territorio en manos bizantinas, con la conquista de las plazas de Córdoba y Málaga; sin embargo, la expulsión de los bizantinos de Hispania solo se consiguió en el reinado de Suintila, ya en el periodo siguiente.

Un segundo problema, tal vez más importante que el anterior, lo constituyó la falta de cohesión entre hispanorromanos y visigodos. Esta desconexión se manifestaba en la existencia de religiones, legislaciones y formas de vida distintas en cada comunidad, y, sobre todo, en el predominio de lo germánico sobre lo autóctono. También fue Leovigildo quien dio los primeros pasos para romper esta situación y así derogó la prohibición de matrimonios mixtos e intentó conseguir la unidad religiosa en torno al arrianismo, fracasando en su proyecto. Su hijo y sucesor, Recaredo, logró este objetivo al invertir el proceso y convertirse al catolicismo, con buna parte de la nobleza, en el III concilio de Toledo. Posteriormente, Recesvinto promulgó un c`´odigo – que lleva su nombre – y que ten´`ia vigencia para todos los habitantes de la península, con lo que desaparecía la discriminación legislativa. Por último, las diferencias en las formas de vida fueron atenuándose con el transcurso del tiempo, produciéndose un acercamiento paulatino entre ambas civilizaciones, hasta el punto de que las fuentes históricas dejaron de hablar de gothi y romani para utilizar solo el término hispani.



El debilitamiento del dominio visigodo

Cuando estos problemas estaban solucionados – o en vías de solución -, comenzaron a plantearse o a agudizarse otros. En primer lugar, hay que hablar de una desconexión entre la masa popular y la élite dirigente. En Hispania existía un número considerable de esclavos; además, una buena parte de los hombres libres vivía en una situación parecida a la de la servidumbre, porque la flata de seguridad y la precariedad de los medios de subsistencia les obligaba a colocarse al servicio y bajo la protección de los poderosos (“prefeudalismo”). De esta forma, existía una minoría – formada por la nobleza y la Iglesia – que vivía a costa de explotar a la mayoría de la población. No es de extrañar, pues, que, cuando se produjo la invasión islámica, esta masa popular se mostrara indiferente ante la suerte de la monarquía visigoda.

En segundo lugar, hay que referirse a la pérdida de las cualidades militares de los visigodos, que, desde el momento en que se fusionaron con la población hispana, se dispersaron por la península, con lo que era fácil que los hombres no acudieran a las convocatorias militares; a ello hay que unir que la falta de actividad bélica desde la expulsión de los bizantinos supuso un relajamiento de las prácticas militares. A fines del siglo VIII, el rey Wamba promulgó una ley que castigaba severamente a quienes no acudieran a los llamamientos militares, norma que no parece surtiera efectos. El problema pudo soslayarse por el sistema prefeudal, pues cada noble se encargaba de reclutar a su tropa, pero la eficacia y operatividad del ejército dependía de la fidelidad de los jefes respecto al rey. Y, de hecho, la derrota del último rey visigodo frente a los invasores islamitas fue el resultado de la traición de un sector de la nobleza.

Wamba. Fue el último rey que dio esplendor a los visigodos. Con su muerte comenzó la decadencia. Su reinado no fue fácil, pues lo pasó casi enteramente sofocando las luchas internas de la nobleza contra la monarquía, los nobles entre sí, los católicos contra los arrianos y la población hispanorromana contra los visigodos. Además tuvo que sofocar sucesivas rebeliones de astures y vascones4​ y en el 672 hubo de enfrentarse a un nuevo y desconocido peligro: la invasión de norteafricanos o árabes, que intentaron pasar a la Península por Algeciras, intento que fue rechazado por visigodos e hispanorromanos.

 

En tercer lugar, se produjeron nuevas tensiones religiosas, esta vez entre los católicos y la minoría hebrea existente en España. Los judíos constituían un grupo pequeño, pero de enorme importancia económica al ser los animadores del comercio de la época. Durante la etapa final de la monarquía visigoda (reinados de Egica y Ervigio), se adoptaron diversas medidas para obligarles a convertirse al catolicismo. Con ello, el Estado, al tiempo que debilitaba su economía, se ganaba la animadversión de este sector de población que apoyó incondicionalmente a los musulmanes.

El fracaso ante los musulmanes

Por último – y, tal vez el problema más importante – está la existencia de guerras civiles y luchas palatinas entre la clase dirigente visigoda. La monarquía era electiva, pero en la práctica cada monarca trataba de asegurar el trono a sus descendientes, asociándoles a las tareas de gobierno. Se produce así, a lo largo de toda la historia visigoda, una pugna continua entre el sistema electivo y el hereditario, que dio lugar a asesinatos de monarcas, eliminación de nobles disidentes y guerras civiles.

Los intentos de algunos reyes por incorporar a los nobles a las tareas de gobierno a través de instituciones como el Senatus o el Aula Regia, y las intervenciones de la Iglesia para sacaralizar la figura del monarca, no fueron suficientes para frenar las conspiraciones, que cobraron especial virulencia en las últimas décadas del siglo VII, cuando los elementos nobiliarios se agruparon en dos facciones. El enfrentamiento llegó a su apogeo tras la muerte de Vitiza, cuando un sector opuesto eligió como rey al duque de la Bética, Rodrigo, postergando la candidatura del hijo del anterior monarca, Akila. Los derrotados, lejos de aceptar la elección, prefirieron pedir ayuda a los musulmanes – instalados en el norte de África – para destronar a Rodrigo. Éste, que a la sazón estaba en el norte, luchando contra los vascones, marchó hacia el sur para hacer frente a los invasores e, ignorante de la traición, entregó el mando de las alas de su ejército a los hijos de Vitiza, quienes, iniciado el combate, abandonaron a su rey que fue derrotado y, tal vez, muerto en la batalla de Guadalete (711).

Con esta victoria, los musulmanes liquidaron no solo al “partido rodriguista” sino también la dominación visigoda en España, pues, desentendiéndose del acuerdo con los vitizanos, iniciaron la conquista de toda la península, que en breve tiempo quedó, en su práctica totalidad, bajo el control de los invasores.

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