El profesor Arias se levanta temprano, durmió poco, sonríe, mira las cortinas y le gusta dicha elección, está bien para el invierno.
Hace su sesión,
centra una dinámica de lectura rápida, hoy debe ser ligero, van a festejar el
día del maestro, de los hombres – ojo, digo hombres y me estoy refiriendo a los
varones y las mujeres, me resisto a escribir con ese lenguaje inclusivo -, digo
de los hombres que eligieron enseñar a los niños y adolescentes en la escuela.
Termina de hacer el documento, limpia su escritorio y pasa al cuarto que
alquiló para poder leer, huyendo del encantamiento de la pantalla.
Quiere terminar
el libro de Frank G. Slaughter, El Camino a Bitinia, ya le falta poco. Piensa
que para hacer una entrada debería leer los comentarios bíblicos de la Iglesia
Adventista sobre “los hechos de los apóstoles”, lo pedirá prestado a su amigo
Eddy. Felizmente que ahora lo ve regularmente, él vive en Puente Piedra, pero
tiene una obra cerca del edificio donde vive el profesor Arias.
Son las diez,
solo ha tomado agua y un blanco, va al mercado para desayunar: un batido de
papaya con leche y dos panes, con tortillas – por cierto, ya subieron los
panes, ahora están un sol cincuenta, él siempre se dice, todo sube menos mi sueldo.
Regresa por el camino de la venezolana de ojos azules, sonríe
– esto parece un tic nervioso.
Saca las prendas
pequeñas del tacho de ropas, lleva su radio y pone vallenatos para escucharlos
mientras lava. Hace frío, pero pronto el brío solar le motiva a su labor. Busca
en el celular el vallenato Jaime Molina.
Después de la
actividad física, viene el baño, tiene que hacer algo físico para poder tomar la
ducha, al menos caminar y subir las escaleras dos o tres veces, se siente pesado
últimamente, presiente que debe tener algo como un pre diabetes o exceso de triglicéridos.
Seguro los chicos llevarán hoy dulces, en sus rostros ve la incógnita de cómo
congraciarse con el tutor.
Toma el bus,
ahora paga dos soles, el pasaje ha subido prácticamente el 100%, el sueldo del
profesor Arias se ha incrementado en un 10%, la diferencia es abismal. Ahora,
vuelve a decirse, “todo sube menos mi
sueldo”, saca su libro, el del alemán y lee hasta que es interrumpido por
un señor que está ofreciendo ungüento para el frío, compra uno para colocarse
en las piernas por las noches, cada día se pone más frío.
Al llegar al
colegio, golpea la puerta con la energía y ritmo acostumbrado, Raulito le abre.
(-) Pero porqué tanta bulla profesor, seguro está
llegando a las justas.
(-) No Raulito, estoy llegando 5 minutos más
temprano, hoy me toca la tercera hora, qué clase de profesor crees que soy.
(-) Está bien profesor, así deben ser todos los
profesores, como el profesor Arias.
Saluda al
director y al profesor José, escribe lentamente su nombre, con su mejor letra
palmer, sonríe y sube las escaleras haciendo gestos para que los estudiantes se
alineen e ingresen a sus aulas. Un niño se le acerca.
(-) Buenas tardes profesor.
(-) Buenas tardes joven, qué sucede.
(-) Quería saludarle por su día profesor.
(-) Gracias.
(-) Profesor, Además quería decirle que – el joven se pone nervioso - en su salón hay un niño que para
imitándole diciendo “SAYAYIN”.