Thursday, April 14, 2022

Competencia: Construye interpretaciones históricas.

Tema: Francia a la muerte de Luis XV

En 1774, a la muerte de Luis XV, Francia dejaba tras de sí medio siglo de casi ininterrumpido ocaso como gran potencia mundial, pero esta circunstancia no había comprometido su creciente prosperidad. La guerra de los Siete Años hizo perder a Francia el Canadá y la Luisiana, pero le dejó sus posesiones de las Antillas, que le permitieron continuar siendo la mayor productora de azúcar del mundo. Por otra parte, la vitalidad económica facilitó la absorción de las consecuencias financieras de una política exterior y militar particularmente onerosa. La estabilidad del régimen, en su conjunto, no había estado en peligro. No habían faltado, en París y en provincias, huelgas y levantamientos, controlados por los poderes públicos sin grandes dificultades. Huelgas y revueltas tenían motivaciones económicas coyunturales, que consistían casi siempre en el aumento del precio del pan, que era la partida más importante del presupuesto doméstico del obrero y del campesino, suponiendo generalmente la mitad del salario. Si el precio del pan aumentaba, sobrevenía el hambre. Bastaba que volviera a bajar para que se restablecía la calma, sobrevenía el hambre. Bastaba que volviera a bajar para que se restableciera la calma. Incluso finalizó rápidamente la guerra de la harina, que estalló en 1774, y que constituyó el levantamiento más violento y desesperado de los registrados en la últimos cincuenta años.

Manifiesto propagandístico de los revolucionarios franceses. Las palabras escritas en el centro sintetizan las conquistas sociales y políticas. París, Musée Carnavalet.

La solidez del régimen legado por Luis XV a su sucesor se debía, sin embargo, más a la ausencia de una verdadera oposición que a su vitalidad intrínseca. El régimen, entendido como gestión del Estado y de la sociedad, hacía tiempo que estaba desgastado y divorciado de la realidad del país, regido todavía por el modelo feudal de un reino articulado en dos “Estados” o clases privilegiadas – clero y nobleza – y un tercer “Estado” sin privilegios.

Los dos primeros constituían, en conjunto, una facción mínima del país, apenas el dos por ciento, o sea, alrededor de medio millón de personas entre veintiséis millones de habitantes. El tercer Estado lo componía casi toda Francia. La monarquía absoluta había sustraído al clero y a la nobleza el poder público y, en parte, el judicial. Pero no pasó de ahí.

ALTO CLERO Y NOBLEZ DE ESPADA Y DE TOGA

Los dos estratos privilegiados continuaron gozando del derecho a la exención de tributos fiscales y a la recaudación de los cánones feudales cuyo legítimo fundamento pudieran certificar. Solo la asamblea de los representantes del clero votaba “voluntariamente” cada cinco años una “donación gratuita” al Estado. El clero figuraba en primer lugar entre los estamentos del reino. El alto clero, reclutado casi por enero entre los nobles, disponía de grandes riquezas: el patrimonio inmobiliario de las ciudades y bienes raíces en provincias, hasta el punto de cubrir casi el diez por ciento de la superficie de Francia. Pero se trataba de una riqueza improductiva, que se acumulaba y consumía estérilmente. El bajo clero, en cambio, vivía peor aún que los nobles provincianos empobrecidos y, aunque pertenecía al mismo grupo, tenía muy poco en común con los grandes eclesiásticos, incluso por extracción social, pues procedían casi por entero de las clases inferiores del tercer Estado.

En conjunto, los nobles se habían empobrecido. No podía ser de otra forma en quienes sustentaban la convicción de que era “tanto más noble cuanto más inútil”. La nobleza cortesana dependía ya casi por entero de los patrimonios, cargos y liberalidades concedidos por benevolencia regia. Los demás miembros de la nobleza – la mayor parte sobrevivían confiando en los cada vez menos productivos cánones feudales, o bien ingresando en el ejército o en la diplomacia, carreras reservadas exclusivamente para ellos. Se había formado además una nobleza de origen más reciente, integrada por burgueses ennoblecidos por el soberano en reconocimiento de los servicios prestados a la monarquía absoluta: los llamados nobles de toga burócratas y magistrados, que aseguraban el funcionamiento de la administración y de la justicia. No eran, pues, inútiles como los demás, pero disfrutaban también de una condición privilegiada: sus cargos eran vitalicios y hereditarios, lo que les diferenciaba del resto del país.

EL tercer estado

En los últimos cien años el tercer Estado había crecido enormemente en número e importancia. El aumento de la población operado en aquel periodo, de diecinueve millones a cerca de veintiséis, era consecuencia del mayor bienestar que reportaba al país su propia laboriosidad y su espíritu de iniciativa. Su composición social era enormemente variada. El tercer Estado no se identificaba sólo con la burguesía, que constituía poco más de ocho por ciento de los franceses, en el ámbito mismo de la clase burguesa las diferencias eran muy acusadas: se pasaba de los banqueros, empresarios y recaudadores de impuestos a los médicos, abogados, profesores, comerciantes y artesanos. Pero tercer Estado eran también los obreros de las ciudades, así como los propietarios de tierras en provincias, ricos, pobres y muy pobres. Al mismo Estado pertenecía la gran masa campesina sin tierra, que representaba más del ochenta por ciento de la población de Francia.

El tercer Estado dirigía todas las actividades productivas del país, el comercio interior y el exterior. La mayor parte del capital inmobiliario se hallaba en sus manos. Sus representantes más avanzados, surgidos del campo de la burguesía, eran, naturalmente, los más dinámicos, y actuaban como fuerza impulsora frente a las otras clases menos activas, dotadas y preparadas, sin conseguir nunca solidarizar todos sus intereses comunes. Solo les unía su aversión general hacia los nobles privilegiados y parásitos. Entre los burgueses y los propietarios no nobles, dicha aversión se nutría de motivos ideológicos y de intolerancias políticas y sociales, mientras que entre los demás no superaba el nivel del resentimiento pasivo o de la violenta venganza personal.

 

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