Competencia: Construye interpretaciones históricas.
Tema: La
España de Carlos III
Fuente: Historia Universal de Planeta DeAgostini
Tras el reformismo incipiente del reinado de Felipe V, el primer político
de altura al que cabe situar en esta corriente es el marqués de la Ensenada. La
alianza natural entre las minorías ilustradas y la Corona sufre, sin embargo,
una interrupción en los años finales de Fernando VI (1746 – 1759), al ser
desterrado Ensenada en 1754, a la vez que triunfa, ante la guerra de los Siete
Años, la política de neutralidad.
Marqués de Ensenada: (1702- 1781), fue un estadista y
político ilustrado español. Fue consejero de Estado durante tres reinados,
los de Felipe V, Fernando VI y Carlos III. |
La figura intelectual más destacada de este período inicial es la del
benedictino Feijoo, quien a través de su Teatro crítico realiza una obra de
alta vulgarización y combate incansablemente la pereza mental y la
superstición. Una disposición de 1750 declara su labor “del real agrado” y
manda callar a sus numerosos contradictores; puede hablarse, a partir de este
momento de un “feijonismo oficial”, como uno de los primeros triunfos de la
nueva orientación.
Benito Feijoo (1676- 1764) fue un religioso benedictino,
ensayista y polígrafo español. Considerado una la figura más destacada de la
primera Ilustración española. Es autor del discurso "Defensa de
mujeres" (1726) considerado el primer tratado del feminismo español. |
El acceso de Carlos III (1759 -1788) al trono de España, supone la continuación
de la política de Ensenada: la Ilustración pasa a ser oficial y gubernamental,
tendencia que triunfa definitivamente al ser expulsados, el año 1767, los
jesuitas. El motín de Esquilache, un año antes, no es sino un episodio de la
reacción castiza, popular, ante las medidas innovadoras. El rey prescindió de
este ministro que se había traído de Nápoles, y otros hombres llevaron adelante
las reformas: el conde de Aranda, en cuyo equipo hubo, excepcionalmente una
serie de aristócratas; Floridablanca, el más flexible de los grandes
ilustrados; y Campomanes, el máximo regalista y quizá la figura más
significativa de este momento. Desde 1775 hasta el final de reinado, la
Ilustración, sin dejar de ser oficial, se convierte en un movimiento más
general, tal como testimonia la fundación en cadena de las Sociedades de Amigos
del País, que tratan de popularizar y hacer efectivas las más variadas mejoras
en todos los campos.
El motín de Esquilache fue la revuelta que tuvo lugar en
Madrid en marzo de 1766, siendo rey Carlos III. La movilización
popular fue masiva, y llegó a considerarse amenazada la seguridad del propio
rey. No obstante, a pesar de su espectacularidad y extensión o coincidencia
de revueltas por causas semejantes en otros lugares de España, la más
evidente consecuencia política del motín se limitó a un cambio de gobierno
que incluía el destierro del marqués de Esquilache, el principal ministro del
rey, al que los amotinados culpaban de la carestía del pan, y que se había
hecho extraordinariamente impopular como consecuencia de la prohibición de
algunas vestimentas tradicionales. Su condición de italiano contribuyó de forma
importante a ese rechazo. Las iniciales medidas de apaciguamiento y el
especial cuidado que a partir de entonces se puso en el abasto de Madrid
fueron suficientes para garantizar el orden social en los años siguientes. |
No hay que exagerar, con todo, el arraigo de la reforma, cuyo nervio
fundamental siguió siendo la Corona y los burócratas que a su servicio trataron
de modernizar el país. Quizá como en ninguna otra época se produce ahora un “contraste
entre un Estado joven y una organización social vieja e inerte” (Domínguez
Ortiz). Pese a la disminución numérica, a lo largo del siglo, de los estamentos
superiores – nobleza y clerecía – y del aumento de la población urbana, la
burguesía sigue siendo débil, dada su distribución puntiforme y la disparidad
de sus intereses. La aristocracia terrateniente va dejando de ser la clase
especialmente destinada a la dirección del país, pero no es de las filas de la
burguesía, sino de otros sectores inferior de la propia aristocracia de donde
salen los que van a reemplazarles como instrumento ejecutivo de la Corona. A
los factores generales de la época se suma en España, por lo que hace a esa
minoría ilustrada, un acicate más: la apreciación inteligente de la decadencia
nacional. Su actitud crítica y su anhelo de cambio no puede, al menos hasta los
años finales del reinado de Carlos III, sino apoyarse en el absolutismo
monárquico; de ahí que vieran “el despotismo ilustrado como medio de reforma
social, cultural y eclesiástica” (Mestre).
El despotismo ilustrado es un concepto político que surge en la Europa
de la segunda mitad del siglo XVIII. Se enmarca dentro de las monarquías
absolutas y pertenece a los sistemas de gobierno del Antiguo Régimen europeo,
pero incluyendo las ideas filosóficas de la Ilustración, según las cuales,
las decisiones humanas son guiadas por la razón. |
El aumento de la población – que pasas de 7 a 12 millones en el trascurso del siglo – y el alza de precios son las dos características más señaladas, comunes por otra parte de toda el área atlántica, de la situación del país. La influencia de las doctrinas fisiocráticas llevó al fomento de la agricultura, con la consiguiente limitación de los privilegios ganaderos. El alza de los precios agrícolas favoreció la roturación de nuevas tierras, pero ni la extensión de los cultivos ni la intervención legislativa cambiaron apenas el panorama agrario español.
La fisiocracia o fisiocratismo era una escuela de pensamiento
económico del siglo XVIII fundada por el economista François Quesnay en
Francia. Afirmaba la existencia de una ley natural por la cual el buen
funcionamiento del sistema económico estaría asegurado sin la intervención
del Estado. Su doctrina queda resumida en la expresión laissez faire. |
Los cambios más importantes se producen en el sector comercial, con el “espectacular
ascenso de la actividad mercantil de la burguesía periférica” en la segunda
mitad del siglo, así como una industrialización inicial centrada casi
exclusivamente en Cataluña (tejidos de algodón, papel). Si a ello se suma la
industria de la seda en Valencia y buena parte del Levante, la siderurgia
concentrada en la costa Norte y los astilleros, cabe hablar de una
transferencia del centro de gravedad económico desde el interior hacia la
periferia. La política económica estatal se decantó en un principio hacia el
proteccionismo, recelo tardío del colbertismo de otros países europeos en la
centuria anterior. La creación de manufacturas piloto por cuenta del Estado se
orientó casi en exclusiva hacia productos muy refinados (cristal, porcelanas, t
ápices, sedas, tabaco), instalándose la mayoría de esas fábricas reales en Castilla.
Hacia mediados del siglo, y por influencia fisiócrata, prevaleció la tendencia
a la liberalización y al estímulo de la iniciativa privada, a la vez que se
restringía el poder de los gremios. Las medidas de mayor trascendencia fueron
las relativas al comercio americano. El sistema de las flotas anuales fue
abandonándose progresivamente, permitiéndose el envío de navíos sueltos y con
derrota libre. Al fin, en 1790 se abolió la Casa de Contratación que, a
comienzos de siglo, se había trasladado de Sevilla a Cádiz.
El “comercio libre” en América
El cambio del sistema monopolístico a otro más flexible pasó por diversas
etapas. La primera fueron las compañías privilegiadas, circunscritas a una zona
determinada para explotar productos coloniales (cacao, azúcar, algodón,
tabaco). El siguiente paso hacia la libertad de comercio se dio en 1765, al
subir al poder el equipo reformista de Aranda; nueve puertos peninsulares –
entre ellos Barcelona y Cádiz, los de mayor importancia – fueron autorizados a
comerciar en el Caribe; se crearon puertos nuevos – Palma de Mallorca y Santa Cruz
de Tenerife – y se aumentaron las zonas americanas abiertas al tráfico. Por fin
el reglamento de “comercio libre” de 1778 simplificó las formalidades y amplió
a trece el número de puertos españoles que podían comerciar con veintidós de
las indias españolas. Estas medidas supusieron el triunfo de la periferia
peninsular sobre el centralismo monopolista con base en Cádiz, pero sobre todo
el triunfo de la economía americana sobre la española, reactivada aquella por
los comerciantes vascos y catalanes establecidos en América. El intento,
excesivamente tardío, de constituir un auténtico imperio mercantilista con los
territorios americanos se frustró por la falta de potencia naval y de productos
baratos que exportar. El proceso revolucionario que estaba a punto de producirse
en el área atlántica disociaría definitivamente los territorios españoles de
ambos lados del océano.
En la esfera religiosa, la tendencia reformista dentro de la ortodoxia
católica vio también en la Corona su aliada indispensable para combatir el
laxismo moral y las supersticiones. El Concordato de 1753 concedía, de hecho,
el patronato universal al monarca; Carlos II, de una acendrada piedad personal,
se consideró siempre el protector de la Iglesia en sus reinos, y como tal trató
de elevar el nivel cultural de los seminarios y colocó la Inquisición en manos
de personas más ilustradas.
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